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miércoles, 3 de octubre de 2007

Entre el mar y el rencor



A medida que inhala el aire salado, se le oprime el pecho un poco más, mientras comienza a sentir como el rencor se arremolina en las rojas entrañas y sube como un feroz torbellino por su columna vertebral hasta llegar al centro del hipotálamo y desencadenar en enormes borrascas grises.
El rencor que le enseñaron a querer se ha convertido en corrosivo para sus venas y arterias, y en el corazón de su sistema nervioso los retorcidos filamentos de cobre se preparan para el azote de la tormenta o el cataclismo.
Busca incinerar las voces de ayer que como dagas atroces, sin memoria y sin haber entendido el sentido oculto de sí mismas, le quieren enseñar lo que no fueron capaces de aprender.
Sonríe amargamente frente a los que tan fácilmente les resulta hablar; quiere amarlos,
quiere confundirse con ellos y perderse en la inmensidad en donde todo es uno, pero
se mira en ese espejo y ya no se reconoce.
Cansado de llorar y de esperar sobre el acantilado, cae en el océano, agitado por las corrientes eternas y la sal le recuerda nuevamente a su rencor.
Cuanto más intenta resistirse, más se entrega a la violenta vorágine de agua; se retuerce como las caracolas y repliega sobre sí mismo. Es arrastrado por el flujo colosal hasta el fondo del abismo y devuelto vertiginosamente hasta la superficie por verdosas crines vegetales.
- ¡Sabiduría y paciencia para digerir el rencor! le cantan las Sirenas plateadas mientras se funden con el rumor oceánico, pero él apenas puede masticar la roca caliza de su escozor.
Le mintieron y el cristal de su esperanza ahora es desgracia. Roto su credo, los pedazos y él se revuelven en el vasto mar, mientras se dice a sí mismo que debería vivir cien años más en la turbulencia acuática hasta que las olas edilicias lo laven del rencor,
hasta que el cielo choque con el océano y renazca de la espuma.

N. B.

















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